Un lugar seguro al que volver mentalmente
Carla, 55, Lugo

Eran las diez de la mañana del mes de Julio, el Sol comenzaba a asomar entre las nubes.
A su vez llegaba el primer bañista a la playa, caminando descalzo por la fina arena blanca.
No tardarían en llegar más, según fuese descubriendo el día, faltos de Vitamina D y atiborrados de cortisol.
Las cristalinas aguas de color turquesa les acariciarían los pies a su paso y la brisa marina ondearía sus cabellos, mientras el murmullo del ir y venir de las olas los sumiría en un estado de profunda relajación.
Las gaviotas y cormoranes observándolos estaban desde las rocas.
A su vez llegaba el primer bañista a la playa, caminando descalzo por la fina arena blanca.
No tardarían en llegar más, según fuese descubriendo el día, faltos de Vitamina D y atiborrados de cortisol.
Las cristalinas aguas de color turquesa les acariciarían los pies a su paso y la brisa marina ondearía sus cabellos, mientras el murmullo del ir y venir de las olas los sumiría en un estado de profunda relajación.
Las gaviotas y cormoranes observándolos estaban desde las rocas.