De una noche de verano
Dewisa Solleiro, 37, Santiago de Compostela

Al principio fue un claro de hierba, solo eso. Pequeño, luminoso, perfumado.
Creció despacio, centímetro a centímetro en todas las direcciones, como una burbuja de calidez y frescor, delicada pero sólida.
Mientras seguía desplegándose, la ensoñación se apretaba contra el metal y la piedra que la contenían desde fuera.
Aparecieron multitud de árboles desiguales y flores de colores imposibles, y kilómetros de campos hicieron ceder finalmente la resistencia de los muros y las rejas.
Abajo, en el centro, ya solo rodeado por prados y bosques deslumbrantes, en el suelo de las ruinas de su cárcel, duerme y sueña un hombre.
Creció despacio, centímetro a centímetro en todas las direcciones, como una burbuja de calidez y frescor, delicada pero sólida.
Mientras seguía desplegándose, la ensoñación se apretaba contra el metal y la piedra que la contenían desde fuera.
Aparecieron multitud de árboles desiguales y flores de colores imposibles, y kilómetros de campos hicieron ceder finalmente la resistencia de los muros y las rejas.
Abajo, en el centro, ya solo rodeado por prados y bosques deslumbrantes, en el suelo de las ruinas de su cárcel, duerme y sueña un hombre.