Pájaros de metal
Elías Domingo, 38, Oviedo

Cada día, a la misma hora, se sentaba tras la verja de espino. El sol, en retirada, teñía el horizonte de ocre. Al fondo, su cola: altiva, suprema, a rayas azules y rojas.
Empezaba la secuencia. Un ligero ronroneo. El despertar de los motores. Otro atardecer mágico.
Ojos cerrados. Respiración agitada. Viento de cara. Y de repente, el estruendo: suelo tembloroso, decibelios desbocados, pista libre: tripulación, tome asiento para despegue.
Y, mano extendida, sentía el roce de sus alas. Pelo erizado, alma llena. Estela de polvo, aire y esperanza.
Algún día, pensaba, yo también haré volar ese pájaro de metal.
Empezaba la secuencia. Un ligero ronroneo. El despertar de los motores. Otro atardecer mágico.
Ojos cerrados. Respiración agitada. Viento de cara. Y de repente, el estruendo: suelo tembloroso, decibelios desbocados, pista libre: tripulación, tome asiento para despegue.
Y, mano extendida, sentía el roce de sus alas. Pelo erizado, alma llena. Estela de polvo, aire y esperanza.
Algún día, pensaba, yo también haré volar ese pájaro de metal.