La caja de los tesoros
Dolores, 51, Santiago de Compostela

Primero llegaban sus zancadas, después su voz cantarina:
- Mamá cierra los ojos y abre las manos.
Obedecía. Sentía su frialdad, sus aristas y oquedades. Fingía sorpresa. Podía ser un pedazo de cuarzo, de granito o una lasca de pizarra. Sonreíamos.
Pronto quedaban olvidadas acá y allá. Desperdigadas.
Pero un día descubrí, en una inhóspita sala de espera, que los pétreos obsequios de mi pequeño simbolizaban su aprecio, estima y admiración.
Afligida reuní todos los pedazos de amor incondicional y los deposité, con cuidado, en el arca de madera y goznes repujados, herencia de la abuela. A buen recaudo.
- Mamá cierra los ojos y abre las manos.
Obedecía. Sentía su frialdad, sus aristas y oquedades. Fingía sorpresa. Podía ser un pedazo de cuarzo, de granito o una lasca de pizarra. Sonreíamos.
Pronto quedaban olvidadas acá y allá. Desperdigadas.
Pero un día descubrí, en una inhóspita sala de espera, que los pétreos obsequios de mi pequeño simbolizaban su aprecio, estima y admiración.
Afligida reuní todos los pedazos de amor incondicional y los deposité, con cuidado, en el arca de madera y goznes repujados, herencia de la abuela. A buen recaudo.