El sueño blanco de los niños.
cristo gonzález, 77, salamanca

Cuando era niño, siete y ocho años, y en la penumbra de la siesta del pueblo andaluz de los olivos blancos, todo plano sobre la cama y con los ojos bien abiertos, aprendí a soñar despierto. Ensimismado, mirando al techo de la estancia, tras un profundo suspiro, iniciaba el proceso. Mejor que en los libros, mejor que en los juegos de la calle, mejor que en las intranquilas conversaciones de los adultos, elaboraba esas historias fascinantes y divertidas que nada tenían que ver con la realidad y las desdichas de los mayores, ajenos a los sentimientos de los niños.