Maitinada
Lola, 63, Valladolid
Veo, la oscuridad de la cocina abierta con la luz de la nevera, destacando el bote de café.
Escucho, la chispa que enciende el fuego. El cuidado golpeteo de la cacharrería es estruendo en la quietud de la estancia.
Toco, inevitablemente, el agua del grifo que salpica mis manos y eriza la piel.
Huelo, el aroma del café hirviendo que se expande, como acuarela, por toda la casa.
Paladeo, la esperada y segura recompensa que apoya mi pereza matutina. Amargo dulzor llena mi boca y, como un mantra, me susurra: “Despierta, Lola, ¡buenos días!”.
Escucho, la chispa que enciende el fuego. El cuidado golpeteo de la cacharrería es estruendo en la quietud de la estancia.
Toco, inevitablemente, el agua del grifo que salpica mis manos y eriza la piel.
Huelo, el aroma del café hirviendo que se expande, como acuarela, por toda la casa.
Paladeo, la esperada y segura recompensa que apoya mi pereza matutina. Amargo dulzor llena mi boca y, como un mantra, me susurra: “Despierta, Lola, ¡buenos días!”.