No hay mal que por bien no venga.
San Martiño, 55, Madrid
Con los ojos empañados, en el vestíbulo de la estación, maldigo mi suerte.
—¿Te puedo ayudar? —me pregunta un desconocido.
—Si eres capaz de retroceder en el tiempo, sí.
—Una mañana complicada, ¿cierto?
—¡Puf! El despertador, se queda sin pilas. El desayuno, se me desparrama por el suelo y el monedero, en el otro bolso. Para colmo, tengo una entrevista de trabajo…
La congoja me impide proseguir. De repente, me regala veinte euros y desaparece.
Por fin, llego a la oficina. Resoplo al descubrir un lamparón en el vestido. Pronuncian mi nombre. Me paralizo al reconocer al buen samaritano.
—¿Te puedo ayudar? —me pregunta un desconocido.
—Si eres capaz de retroceder en el tiempo, sí.
—Una mañana complicada, ¿cierto?
—¡Puf! El despertador, se queda sin pilas. El desayuno, se me desparrama por el suelo y el monedero, en el otro bolso. Para colmo, tengo una entrevista de trabajo…
La congoja me impide proseguir. De repente, me regala veinte euros y desaparece.
Por fin, llego a la oficina. Resoplo al descubrir un lamparón en el vestido. Pronuncian mi nombre. Me paralizo al reconocer al buen samaritano.