RABIA
Fran, 49, A Coruña
Empezó a escribir sin saber bien el porqué.
La hoja era torbellino de ideas en su mente.
Descubrió que sólo tenía que teclear, dejar fluir.
El torrente de ideas se mezclaba, demasiadas.
Sintió entonces que la escritura le sobrepasaba.
Tal como otras veces, lo mejor sería...
¿Innovar?
Nunca se había presentado.
Otra vez, las ideas incapaces de trasladarse al papel.
Desistió.
Escribir no era su mundo, debía aceptarlo.
Guardó, aún así, las pocas palabras que había podido escribir.
Apagó el ordenador.
Dejar la escritura, es lo coherente. Pensó.
Instintivamente encendió su ordenador, buscar archivo, la web...
Sólo faltaba algo, ¡enviar!
La hoja era torbellino de ideas en su mente.
Descubrió que sólo tenía que teclear, dejar fluir.
El torrente de ideas se mezclaba, demasiadas.
Sintió entonces que la escritura le sobrepasaba.
Tal como otras veces, lo mejor sería...
¿Innovar?
Nunca se había presentado.
Otra vez, las ideas incapaces de trasladarse al papel.
Desistió.
Escribir no era su mundo, debía aceptarlo.
Guardó, aún así, las pocas palabras que había podido escribir.
Apagó el ordenador.
Dejar la escritura, es lo coherente. Pensó.
Instintivamente encendió su ordenador, buscar archivo, la web...
Sólo faltaba algo, ¡enviar!