Ironías del azar
Akim, 65, Barcelona
En la sección de moda masculina de unos grandes almacenes y frente a un enorme espejo, un hombre se situó a mi lado. Al igual que yo, se estaba probando una chaqueta. De repente llamaron mi atención la gruesa cadena de oro que rodeaba su cuello y su imponente reloj de pulsera: eran idénticos a los que yo también llevaba puestos, regalos ambos de Amelia. Aturdido, acababa de reparar en ambos detalles cuando advertí que él me miraba con cara de asombro, fijándose alternativamente en mi garganta y en mi muñeca izquierda.