CAST / GAL

Dos minutos.
Diana, 56, Pontevedra

Cada mañana, María tomaba el mismo tren, el mismo asiento, la misma rutina. Un día, el reloj se atrasó dos minutos. Llegó corriendo, jadeante, y se sentó frente a un desconocido que leía su libro favorito. Cruzaron miradas, sonrisas, silencios... Y se enamoraron. Años después, recordaron ese instante como el giro del destino. Lo que no sabían era que el reloj no falló: su abuelo, muerto hacía décadas, había escrito en un diario que si alguna vez el amor debía encontrarse, él movería el tiempo. Nadie lo notó, salvo el destino, que siempre cumple, aunque sea con dos minutos.
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